Amor al arte o la imperiosa necesidad de comer

cultura y arte
¿Podemos ponerle un valor monetario a un sentimiento?, o bien, al tiempo invertido en realizar una fotografía, que a los ojos de los demás sólo implica un par de segundos, esos que tardamos en presionar el botón del obturador de la cámara… Es muy cierto que en ciudades como Cancún, donde todo es pasajero, vender arte es más complicado, sobre todo cuando no se cuenta con un background cultural.

Muchos artistas desarrollan su talento en las horas libres que tienen, ya que muchos, como la mayoría de nosotros, son parte del sistema laboral, medio por el cual logran un sustento de forma quincenal, necesario para comer, tener un techo y poder invertir en su pasión artística.

Hoy en día son pocos los artistas que logran vivir de su arte en Cancún, pero no me malentiendas, este no es un artículo que te llenará la cabeza con frases pseudomotivacionales, diciéndote que tires tu trabajo a la basura y vivas de tu arte, que pasaras hambre algunas semanas o meses pero que al final, te harás millonario disfrutando lo que más amas, no, este no es un artículo escrito por Carlos Cuauhtémoc Sánchez en medio de un grito desesperado.

Este artículo es simplemente un recordatorio, para que no te olvides que existen puntos medios, no todo es blanco o negro, existen matices, este artículo es un llamado de atención para que nos olvidemos un poco del caos de las redes sociales, donde expresarse se vuelve imposible, ya que no hay espacio para puntos medios, estas a favor o estas en contra.

Con el arte ha pasado algo similar, si es arte te debe entusiasmar, debes perseguir tu pasión no el dinero; si persigues el dinero, entonces no es arte, eres simplemente un emprendedor.

Yo te diría que al contrario, tenemos que entender que el arte, también necesita el arte de hacer dinero, un negocio no está exento de pasión, de entrega, de amor, de cultura; o acaso las galerías de arte en Nueva York regalan sus cuadros al más apasionado, o en las subastas en Lóndres el ganador es el que grita con más ímpetu que él lo quiere.

 

Debemos entender que el artista tiene un trabajo detrás de cada obra, que cada fotografía no se reduce a dos segundos de un clic, que cada libro no se reduce al número de palabras que contiene, que una pintura no se reduce al costo de los pinceles o que un escultor no se reduce al precio del kilo de yeso, ¡no señor! El artista también trabaja, pero en lugar de hacerlo para una empresa, lo hace para nuestros sentimientos, y esto, también tiene valor monetario.

Esto me hace acordarme de una anécdota que me contó hace algunos años Ramón Patrón García, cuando era  secretario de Promoción Cultural en la zona norte de Quintana Roo. Era una ocasión en la que la Casa de la Cultura abrió espacios para que fotógrafos locales expusieran sus imágenes, en ese entonces, un turista italiano quedó maravillado con una imagen, por la cual preguntó el costo, Patrón García, que se encontraba en el lugar, procedió a llamar por teléfono al artista.

-Hola, ¿cómo estás?, fíjate que un señor quiere saber en cuanto vendes tu fotografía, la que tomaste a blanco y negro.
-Amm, no sé, que tal si digo un precio muy alto y ya no me quiere comprar…
-Tú eres el artista, dame un precio y veamos que sucede.
- He… pues no sé, ¿500?
-Muy bien.

Al día siguiente, el artista en cuestión llegó a la Casa de la Cultura, donde el secretario ya lo esperaba con un sobre amarillo, el fotógrafo se fue de espaldas, sí, así como Condorito, pues al abrir el sobre se topó con 500 dólares…


El cuestionó que se refería a pesos mexicanos, sin embargo, el secretario le insistió que el extranjero era un conocedor de fotografía, así que le pidió por favor valorar más sus imágenes, pues no es posible que hayan compradores que le den más valor a una obra que incluso el autor de la misma…

Valoremos el arte, y no menospreciemos todo el trabajo, tiempo y conocimiento que cada artista imprime en sus obras, por favor, no regatee al arte

                                                                                                                                      Por Oskar Mijangos

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